sábado, 6 de febrero de 2010

Amor primaveral

Fue una noche de primavera cuando sus ojos se desviaron hacia aquel lugar. El encuentro se tornaba sugestivo junto a la multitud, la música, la fiesta, el alcohol y aquella natural seducción. Con sus frescos dieciséis años y un cúmulo de sueños por cumplir, acudió en búsqueda de aquello que desde un principio la encantó. La mirada de aquel joven apuesto la persiguió desde el momento en que entró. Fue a su encuentro a buscar compañía, un instante plácido, pero además una velada desconocida hasta ese momento, la que ella sentía que ya debía experimentar.
El tiempo junto a él corría rápidamente entre miradas cómplices, palabras sugerentes y caricias excitantes. La principal charla inocente se convirtió poco a poco en un juego de provocaciones difíciles de resistir. Inútil fue volver a recordar la situación inicial, cuando quiso recuperar la conciencia de sus actos ya estaba envuelta en sus brazos, entre enérgicos abrazos y besos apasionados. Su vista brillaba ante la mirada profunda de esos ojos verdes que durante toda la noche fueron testigo de su cautivante belleza, su cuerpo temblaba mientras él lentamente la despojaba de su vestidura y su respiración se agitaba al compás de las palabras que su amante le susurraba suavemente al oído. Sintió que ya era su momento. Y nada la pudo detener.
¿Para qué enloquecernos en entender aquel acto?
Si ni los más contundentes vocablos, ni las más conmovedoras metáforas, ni las más refulgentes imágenes lograron explicar aquellas sensaciones insuperables y ese tenue alarido final, que fue la muestra más rotunda de una magnífica explosión de regocijo. La hazaña ya había terminado.
Semanas ya pasaron del fogoso encuentro, y ella apenas recordaba el rostro de su fugaz amor, aquel muchacho sensual y atrevido que plasmó sus deseos de conocer el mundo prohibido del que siempre había oído hablar.
Los recuerdos ya eran obsoletos. El mundo y su vida seguían en el vulgar y cotidiano juego de ruleta, en el camino que inexorablemente debían transitar. Las horas, minutos y segundos corrían a la par de la rutina; todo era tan normal como lo fue siempre, sin tiempo para detenerse en cuestiones ínfimas. La escuela, los amigos y el hogar seguían siendo las constantes diarias del quehacer: nada asombroso en la vida de una adolescente cuya existencia recién comenzaba a transitar, llena de ganas de vivir plenamente cada momento y disfrutar las maravillas que el mundo disponía para ella.
Impresiones sin sentido, reflejos apacibles, ¿Por qué debería continuar escribiéndose esta historia?
Porque fue esa tarde la que marcó la verdadera diferencia, la que dispuso un antes y un después, la que impuso una nueva etapa. Un día de esos en el cual uno jamás imaginaría encontrarse de frente con la bendición y la desgracia, la alegría y la desesperación, el llanto y la risa.
Peligrosas dualidades, signos de una situación intempestiva, paradojas de la naturaleza humana... Fue allí cuando advirtió aquel milagro inesperado.
Tierna muchacha, vientre de cuna, lamentos de niña. ¿Cómo pudo la vida meterte en semejante encrucijada? ¿Cómo tomar conciencia de la verdadera dimensión de la existencia en tan sólo un grano de arena? ¿Cómo comprender algo tan profundo que hace estremecer hasta la Madre Naturaleza?
Solitarios y tristes meses, incomprensibles sentimientos. Lugares sin destinos, proezas inalcanzables. Tu lucha de guerrera te ha convertido en mujer y tus lágrimas infinitas bautizaron la llegada del nuevo ser. ¿En qué estuvo pensando todo este tiempo el porvenir? Llantos de enhorabuena, gestos de alivio; el mundo se detuvo en un instante. Aquel invierno dejó su huella hasta el fin de sus días.
¡Ay, revoltoso camino, cómo has jugado cruelmente con sigo! Seguiste de largo sin pedir permiso para realizar tu decisiva labor.
Hoy la vida no es más que un montón de contradicciones sin rumbo, y ni el más experto de los sabios lograría descifrar jamás los códigos de semejantes indeterminaciones.
El tiempo ya fugó desde aquella noche pasional en la que el deseo de una ingenua e incauta joven dio riendas sueltas a un momento de percepciones extremas. El reloj nunca dejó de correr. Cenizas quedan de un fuego esplendente cuyo calor dio vida. Desfilaron muchas estaciones para percatarse de que ya el tiempo hizo lo suyo y huyó sin inmutarse, que cualquier herida abierta ya no tiene razón de ser ni oportunidad de estar, que sólo gobierna un presente árido pero indispensable de todos modos. Ya no queda nada, sólo una vida con nuevos objetivos. Ya no queda nada, sólo aquel fruto de ese amor primaveral.

Anahí M. Llanes.

8 comentarios:

  1. te dejaria un comentario muy bueno si me prestaras los derechos de la palabra cliche.. digoo chicle.

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  2. Jajajajajjajajajjajajaj xD

    Lo se, mi texto es re CHICLE (?

    u.u

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  3. encima me discutias que habia dicho chicle

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  4. ¿Cómo que no queda nada? Nuevos objetivos, un fruto. Eso es mucho. No ocurrió vanamente.

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  5. Muy buen relato. Escrito con sutileza, pero las imágenes que generan tienen fuerza.

    Saludos.

    Abel

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  6. jaja si, es un poco CHICLE. Pero bueno, a mi me parecio mui bonito ! te salio la ternura del alma en los primeros parrafos. Despues se hizo un poco triste al final, tiene la esencia de mis textos(? jaja te felicito (:

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  7. Luis: No queda nada de lo que ella quería que quede. Empezó una nueva vida que no le sienta para nada cómoda, pero es lo que tiene que llevar encima por simples consecuencias.
    Vanamente no, involuntariamente sí.

    Abel: Gracias, me alegra que te haya gustado =)

    Flor: Jajajajaj XD. A mí mucho no me gustó la verdad... sí tengo que hacer una autocrítica digo que es re CHICLE XD. Gracias de todos modos.

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